martes, 28 de enero de 2014

lunes, 20 de enero de 2014

sábado, 18 de enero de 2014

libro julian



Una idea, una lección y un vino cosechero

Una idea, una lección y un vino cosechero

Juan Francisco Rodero Inés. Educador agradecido.

Mural realizado por jóvenes de Pioneros
Corría el verano del año 1976 cuando un aprendiz de educador se internaba en la Calle Mayor para acudir a una cita con un“visionario educativo”Julián Rezola, un activista social curtido en mil batallas sostenidas en los años que circunscribieron el mítico y esperanzador 1968. De Francia y de otros lugares como Barcelona Julián traía una idea: educar en el medio, que luego conoceríamos como educar en la calle. Su ilusión y meta era demostrar que esta educación era algo posible en su Logroño querido.


Esta idea, totalmente inédita en la España de la época, atraía a quien, como el aprendiz, creía en una educación capaz de cambiar la sociedad y el mundo. Lejos de los vaivenes políticos, aunque tampoco se permitían, y de los objetivos educativos predominantes en la época. Todavía era pronto para los cambios, aunque era importante estar en vanguardia para que fuesen tenidos en cuenta.


Juntos, Julián y el aprendiz, se encaminaron por la calle Mayor hacia Rodríguez Paterna dirigiéndose a una pequeña tasca. Allí Julián explicó a su acompañante que tenían que hacer dos cosas: la primera, hablar con un patriarca para ajustar una excursión que iban a realizar un domingo con un grupo de chavales en forma de jornada campera. La otra, beber un vino de cosechero excepcional.


La primera se desarrolló en un ambiente en el cual se cruzaban dos respetos palpables, el de Julián hacia la posición del patriarca, a sus opiniones y consejos; por otro, el respeto de éste hacia una persona en la que se podía confiar, alguien que quería, podía y sabía educar. Fue una lección que jamás olvidaría el aprendiz: el respeto es la base de toda educación. Luego se completaría al hacerse igual de válida para la educación reglada y la no reglada. Además, es una norma esencial para la vida, ¡lástima que no siempre la tengamos presente!


Después de hacer honor al vino, buenísimo, en esto también se habían cumplido las expectativas; la conversación se centró en la educación en la calle, en la tarea concreta que desarrollaban. Julián se crece: hay que tratar de aprovechar el medio en que los chicos viven para sacar de él su potencial educativo, de las lecciones de la vida su fuerza vital y natural, extraer de las situaciones aplicaciones prácticas para mejorar la calidad de vida, hacer que los ejemplos vívidos sean los libros de texto. También del taller como recurso. Un lugar donde los chavales reparen sus motos o bicicletas sirve tanto para despertar una profesión como para dar ocasiones sobradas de diálogo sobre sus problemas, reflexionar sobre ellos, buscarles sus facetas y darles un tratamiento adecuado para dejar de ser problema, o convertirse en problemilla. Las excursiones, otra manera de contribuir a la educación, ya que permiten alejarnos por un tiempo del mundo cotidiano a la vez que permite conocer otros, que también enseñan cosas que pueden ser útiles para mejorar como personas.


El aspirante a educador toma nota y se le grabará en la memoria. Siempre lo tendrá presente en su labor educativa, aunque sea en el recinto cerrado, y no siempre permeable, de un aula.


Han pasado muchos años, toda una vida, Julián vive en el recuerdo y el aprendiz se ha curtido en mil batallas educativas. Se produce un reencuentro con la obra iniciada por Julián, el Pelosel Fule y muchos otros: Pioneros. Lo primero que observa es que las viejas lecciones siguen vigentes. Las formas mutan, pero el corazón sigue intacto.
Con una sonrisa que acude a sus labios se dirige a un bar, pide un cosechero y levantando su copa brinda por las ideas y las lecciones prácticas. Sobre todo cuando se hacen realidades y perduran muchos años después.

Romero y Yo

ROMERO Y YO

Honorio Cadarso Cordón
Editoral Libros.com
2013
ISBN: 978-84-616-6142-8

Honorio Cadarso, riojano de Corera (1933), ciudadano del mundo, maestro de la vida para muchos riojanos, nos ofrece un nuevo libro titulado Romero y yo acerca de nuestros orígenes rurales en La Rioja. Inspirado en la obra de Juan Ramón Jiménez Platero y yo, el autor utiliza a su mulo como protagonista de los afanes de su infancia y juventud en Corera, un animal comprado en la feria de Lodosa, con la mediación de los «Mozarras», tratantes y fiadores, para salvar a la familia de la hecatombe económica tras la muerte del anterior macho y la imposibilidad de seguir trabajando la tierra. Queda claro desde las primeras páginas que Romero no es el burrito de peluche de Juan Ramón Jiménez, sino un animal de trabajo, un semoviente que «lentamente dibujará sobre el barbecho la eterna geografía de surcos derechos como velas».

La narración es sumamente interesante al reflejar aspectos de nuestra cultura y lenguaje recientes. Honorio Cadarso es uno de los últimos narradores riojanos que junto a Antonio Cillero Ulecia (1917-2007), Miguel Alonso Chávarri (1948), y el profesor Jose María Pastor Blanco (1955), desarrollan una obra costumbrista en la que utilizan numerosos riojanismos para describir la infancia, juventud y ocupaciones del mundo rural riojano. El libro rezuma trabajo y hambre, tanto para el semoviente Romero como para la familia del autor. Describe con precisión nuestra existencia rural riojana de ayer, hace 70 años. Por extensión, es la vida de la España minifundista anclada al terruño, a la caballería de labor, al arado (aladro, en riojano), a las tareas agrícolas, a la supervivencia.

Es un libro de Ecología Humana con mayúsculas donde a través de sus veinticuatro capítulos, se muestra al ser humano (en este caso, de Corera) organizado e integrado en su medio natural, dependiente de los ciclos de la agricultura, inserto en un espacio físico muy, pero que muy reducido… «solo he visto el Ebro de pequeño dos veces», escribe Honorio, y el río tan sólo está a 7 kilómetros de Corera… En el capítulo titulado Pájaros, mincharros, ranas, Honorio describe de manera cabal el fin de la caza en aquellos años: «Romero, hemos pedido permiso a padre para que vengas conmigo al campo y puedas pastar. Es que queríamos cazar chimbos. Hemos hecho acopio de cebos, tenemos aludas… y vamos a aprovechar la tarde. Es nuestro deporte de septiembre, el de todos los muchachos del pueblo; es nuestra fuente de proteínas, Romero. Es todo un arte. Si no cazamos, no comemos carne, todo es tocino y un cacho de chorizo esmirriado». El trabajo agrícola era duro con aquellos medios, donde había que hacer la tarea todos los años igual, todos los otoños sembrar, y luego forcatear las viñas, y desacollar las cepas, y romper los rastrojos. «Cuando había tempero, la reja entraba suave en la tierra, y se deslizaba casi sin esfuerzo, pero con tiempo seco era como labrar en roca viva». Cómo sería la dificultad del trabajo que le dice al mulo: «Las viñas, Romero, son quizá lo menos desagradable de vuestras y nuestras labores. Tampoco para nosotros los humanos era demasiado duro. Quizás lo peor era la mendema ¡Pero era tan bonita, Romero! Tan bonito vendimiar con aquellos menús otoñales, de pimientos al chilindrón, frutas varias y cargadas del azúcar que les regalaba el otoño ya avanzado…».

Pero el autor ante tanta adversidad y hambre manifiesta en cada capítulo la alegría de vivir de los niños y jóvenes, de jugar, de trabajar, de adaptarse al medio físico y social que les ha tocado: «Para capear el temporal, las madres de familias numerosas, que eran casi todas, se prestan, se dejan, se dan, se pierden, se perdonan deudas, buscan panales de abejas salvajes para robarles la miel y así poder dar azucar a sus hijos. Los fumadores cambian el azúcar por tabaco. El pueblo entero es como una colmena en la que lo de cada uno es de todos, en que importa salir adelante todos unidos».

Emiliano Navas Sánchez

Editor

miércoles, 9 de octubre de 2013

VERSOS AL AMIGO QUE VUELVE

  Nosotros no aceptamos la derrota de 1936
  Nosotros íbamos a La Barranca atravesando una muralla de tricornios
  Nosotros escuchábamos historias y arengas de los que perdieron aquella guerra
  De tu padre Ladis, de tu tío Antonio, de la Rubia, tu madre
  Nosotros fuimos castigados con tarjeta roja por  la JOC
  Y luego en el PCE otra vez otra tarjeta roja
  Y luego tú en Pamplona otra tarjeta de no sé quién
  Y ya he perdido la cuenta de las tarjetas que te sacaron en Barcelona
  Pero no tenemos remedio, Julián Rezola:
  Parece que nos hemos ido, pero volvemos, erre que erre
  Tú con tus versos, yo con mis oraciones y mis correos electrónicos
  Y tu Estibaritz siempre en la retaguardia con su sonrisa y sus provisiones
  Nosotros, Julián, no aceptamos hoy tampoco
  Los expolios de pensiones, enseñanza, ni las privatizaciones de la sanidad
  Los recortes de salarios, las congelaciones, los millones de parados
  El robo por las buenas o las malas a la clase obrera, al mundo de los pobres.
  Que sepan los de siempre, los mismos que en los años 50 y 60 nos asediaban
  Que sepan que seguimos en la brecha
  Que mala hierba nunca muere
  Que somos como esas moscas que llaman no me acuerdo cómo
  Que contamos con un arsenal de versos y correos electrónicos
  Que somos una muchedumbre de expoliados y de marginados
  Que esperamos sus tarjetas rojas y las usaremos de papel higiénico
  Pero que sigan contando con nosotros
  Que aunque parezca que nos hemos ido
  Cuando menos se nos espera, volvemos.