ROMERO
Y YO
Honorio Cadarso Cordón
Editoral Libros.com
2013
ISBN: 978-84-616-6142-8
Honorio Cadarso, riojano de Corera (1933), ciudadano del mundo,
maestro de la vida para muchos riojanos, nos ofrece un nuevo libro titulado Romero
y yo acerca de nuestros orígenes rurales en La Rioja. Inspirado
en la obra de Juan Ramón Jiménez Platero y yo, el autor utiliza a su mulo
como protagonista de los afanes de su infancia y juventud en Corera, un animal comprado
en la feria de Lodosa, con la mediación de los «Mozarras», tratantes y
fiadores, para salvar a la familia de la hecatombe económica tras la muerte del
anterior macho y la imposibilidad de seguir trabajando la tierra. Queda claro
desde las primeras páginas que Romero no es el burrito de peluche de Juan Ramón
Jiménez, sino un animal de trabajo, un semoviente que «lentamente dibujará
sobre el barbecho la eterna geografía de surcos derechos como velas».
La narración es sumamente interesante al reflejar aspectos de
nuestra cultura y lenguaje recientes. Honorio Cadarso es uno de los últimos
narradores riojanos que junto a Antonio Cillero Ulecia (1917-2007), Miguel
Alonso Chávarri (1948), y el profesor Jose María Pastor Blanco (1955),
desarrollan una obra costumbrista en la que utilizan numerosos riojanismos para
describir la infancia, juventud y ocupaciones del mundo rural riojano. El libro
rezuma trabajo y hambre, tanto para el semoviente Romero como para la familia
del autor. Describe con precisión nuestra existencia rural riojana de ayer, hace 70 años. Por extensión, es la vida
de la España
minifundista anclada al terruño, a la caballería de labor, al arado (aladro, en riojano), a las tareas
agrícolas, a la supervivencia.
Es un libro de Ecología Humana
con mayúsculas donde a través de sus veinticuatro capítulos, se muestra al ser
humano (en este caso, de Corera) organizado e integrado en su medio natural,
dependiente de los ciclos de la agricultura, inserto en un espacio físico muy,
pero que muy reducido… «solo he visto el Ebro de pequeño dos veces», escribe
Honorio, y el río tan sólo está a 7 kilómetros de Corera… En el capítulo titulado
Pájaros,
mincharros, rana s, Honorio
describe de manera cabal el fin de la caza en aquellos años: «Romero, hemos
pedido permiso a padre para que vengas conmigo al campo y puedas pastar. Es que
queríamos cazar chimbos. Hemos hecho
acopio de cebos, tenemos aludas… y
vamos a aprovechar la tarde. Es nuestro deporte de septiembre, el de todos los
muchachos del pueblo; es nuestra fuente de proteínas, Romero. Es todo un arte.
Si no cazamos, no comemos carne, todo es tocino y un cacho de chorizo
esmirriado». El trabajo agrícola era duro con aquellos medios, donde había que
hacer la tarea todos los años igual, todos los otoños sembrar, y luego forcatear las viñas, y desacollar las cepas, y romper los
rastrojos. «Cuando había tempero, la
reja entraba suave en la tierra, y se deslizaba casi sin esfuerzo, pero con
tiempo seco era como labrar en roca viva». Cómo sería la dificultad del trabajo
que le dice al mulo: «Las viñas, Romero, son quizá lo menos desagradable de
vuestras y nuestras labores. Tampoco para nosotros los humanos era demasiado
duro. Quizás lo peor era la mendema
¡Pero era tan bonita, Romero! Tan bonito vendimiar con aquellos menús otoñales,
de pimientos al chilindrón, frutas varias y cargadas del azúcar que les
regalaba el otoño ya avanzado…».
Pero el autor ante tanta adversidad y hambre manifiesta en cada
capítulo la alegría de vivir de los niños y jóvenes, de jugar, de trabajar, de
adaptarse al medio físico y social que les ha tocado: «Para capear el temporal,
las madres de familias numerosas, que eran casi todas, se prestan, se dejan, se
dan, se pierden, se perdonan deudas, buscan pana les
de abejas salvajes para robarles la miel y así poder dar azucar a sus hijos.
Los fumadores cambian el azúcar por tabaco. El pueblo entero es como una
colmena en la que lo de cada uno es de todos, en que importa salir adelante
todos unidos».
Emiliano
Navas Sánchez
Editor
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